La tentación de callar y de hacer alianzas electorales en México.
La tentación por acallar voces opositoras sigue latente en nuestro país mediante
la creación de leyes que pretenden restringir, controlar e incluso criminalizar
la protesta social; intentan disuadir la participación ciudadana y con ello
limitar la libertad de expresión, las propuestas de reforma en los estados de
Quintana Roo, Chiapas y Puebla lo demuestran.
La reciente normatividad aprobada por el estado de Quintana Roo coarta
libertades fundamentales, ya que establece que los ciudadanos deberán pedir
permiso a las autoridades para poder realizar una manifestación, lo que es más,
el gobierno encabezado por el priista Roberto Borge Angulo podrá decidir cuáles
son las zonas permitidas en la vía pública para realizar estas acciones.
En Chiapas el gobierno presidido por Manuel Velasco impulsó una ley que
permite que los elementos policiacos hagan uso de armas incapacitantes no letales, aunque no se descarta el uso armas
de fuego para disuadir a manifestantes. Esta misma reforma incluye un tema
inquietante, ya que se autoriza el uso de armas de fuego para situaciones
descritas como impedir la fuga de
quien, según ellos, represente una amenaza. Perturba porque en realidad nadie
puede garantizar que no se aplique la “Ley fuga”. Si Don Porfirio viviera ¡qué
satisfecho estaría!
El ordenamiento chiapaneco, junto con el recientemente aprobado en Puebla,
fue bautizado por los medios y los ciudadanos en las redes sociales como “Ley bala”.
Sorprende la prontitud y entusiasmo con
los que algunos gobernadores y legislaturas
proponen y aprueban leyes de esta
naturaleza, tal como el Presidente Díaz
Ordaz hubiera querido.
La ley de Moreno Valle.
Sin
restar importancia a las particularidades de las legislaciones que los estados
priistas de Quintana Roo y Chiapas han impulsado en la materia, es especialmente
llamativo el caso de Puebla ya que el gobierno del estado es producto de una
coalición electoral entre partidos cuyos orígenes están llenos de historias de
movilizaciones políticas y acciones de resistencia civil, que no pocas veces
llevaron a sus militantes a la cárcel, fueron sujetos a desaparición forzada o de
plano asesinados.
Es
particularmente grave que el gobierno poblano impulse este tipo de leyes que
limitan la libertad de expresión, criminalizan la protesta y atentan contra los
derechos humanos, ya que fueron el PAN y el PRD quienes llevaron a la victoria
a Rafael Moreno Valle quien está muy ocupado y preocupado por otros asuntos, él
ya está en la loca carrera hacia el 2018, además desde el inicio de su gestión
quedó claro que pesaba más la lealtad que le debía a Elba Esther Gordillo y después
de la caída de la maestra tuvo que
hacerse de nuevos aliados, entre los que estuvieron los poderes fácticos y no los
partidos que lo postularon como candidato.
Aunque
el gobierno de Moreno Valle dice que la ”Ley bala” es incluso “una garantía
para las personas pues fortalece sus derechos ciudadanos” varias organizaciones defensoras de derechos
humanos manifestaron que la intención del gobernador de Puebla al impulsar esta
ley tiene su origen en la preocupación por los movimientos sociales “que
surgieron contra la explotación minera en la Sierra Norte de Puebla, presas,
hidroeléctricas y gasoductos, pero también contra manifestaciones que busquen
cuestionar el status quo local”.
La ley
aprobada en días pasados por el congreso poblano menciona que “sólo se prevé el
uso de armas de fuego cuando se ponga en riesgo la vida del uniformado o
terceros” Pero ¿quién y con qué
criterios decidirá si alguna acción es riesgosa?
Afortunadamente
parece que la presión que ejercieron redes sociales y organizaciones no
gubernamentales surtió efecto, ya que el documento aprobado en la legislatura
de Puebla y el publicado en el Periódico
Oficial elimina el punto 8 fracción IV, el cual permitía la “utilización de
armas de fuego o de fuerza letal” para dispersar y contener a los manifestantes.
Aun así
es importante estar atentos, no sólo en estos estados sino también en el país,
porque la tentación autoritaria está a flor de piel muchos políticos mexicanos
sin importar su filiación política.
La necesidad de rediseñar las alianzas.
Lo
ocurrido con la “Ley Bala” de Puebla debe servir como llamada de atención para
que los partidos redefinan y discutan con seriedad su política de alianzas, o
dicho más precisamente, de coaliciones electorales.
El gobernador producto de una coalición opositora se ha vuelto el autoritario más ruín del País ¿Entonces de qué sirve una coalición opositora?
Comienza
a arraigarse en la mente de líderes de opinión, actores políticos y ciudadanos
que el PAN nació con vocación autoritaria, pero en realidad sus inicios no
fueron así, ellos también fueron oposición y convocaron muchas veces a marchar
y a la resistencia civil.
Los propios panistas contribuyen a arraigar esta
percepción, se les olvido que ellos hace poco (tres décadas no son nada)
también salieron a las calles a protestar, a reclamar sus derechos.
Aunque anécdotas
hay muchas, es de rescatarse el episodio de una militante que se encadenó a la puerta de
un congreso estatal; ese hecho aún vive en la memoria de panistas del Bajío y
de Michoacán, lugar en donde esta panista inició su carrera política.
Esos
miembros del PAN recuerdan bien a la protagonista de esa historia, esa persona
fue Cocoa Calderón, sí ,la hermana de Felipe, misma que incluso fue arrestada
por manifestarse. Pero muchos prefirieron olvidar esta historia y otras más,
como si el activismo por los derechos políticos y las luchas sociales fueran un
pasado vergonzante.
En 2010
los partidos Acción Nacional y de la
Revolución Democrática probaron nuevamente las mieles de la victoria, ganando al
PRI con cómodo margen las gubernaturas de Oaxaca, Sinaloa y Puebla, el gusto del triunfo se desvaneció tan rápido como llegó.
Las coaliciones electorales no se
convirtieron en gobiernos de coalición, el caso más terrible es el del poblano Rafael Moreno
Valle, quien estuvo y está muy lejos de las ideologías, postulados o principios de los partidos que lo postularon el PAN y el PRD.
La
unión de partidos tan distintos ideológicamente tuvo su origen en la idea de
volver a abrir camino para la oposición: no sólo era el poder por el poder, se
trataba de frenar el avance electoral del PRI en los congresos de los estados,
las gubernaturas e incluso, se pensaba, que podrían detener la frenética carrera
de Enrique Peña Nieto hacia la Presidencia. El final de la historia todos los conocemos.
Ni coaliciones efectivas más allá de lo electoral, ni contrapesos en las
cámaras locales y del Congreso de la Unión; peor aún, el PRI se ha fortalecido
tanto que estamos verdaderamente lejos de ser un país en donde exista
incertidumbre democrática.
Además, los números parecen sugerir que el PRI
seguirá largo tiempo en el poder y que no será posible la alternancia en el
corto plazo.
La
oposición desde ahora habla de sacar al PRI de Los Pinos, pero se antoja muy
complicado lograrlo en un sistema en donde se gobierna sometiendo a los
ciudadanos con miedo, se usan clientelarmente los programas sociales, se
impulsan y aprueban con la complacencia de la oposición reformas electorales
que sólo beneficiarán al partido hegemónico (si, otra vez estamos hablando de
partido hegemónico), con una oposición desarticulada y los poderes fácticos
operando para el mejor postor. Parece muy difícil lograrlo a fuerza de
crayolas, papeletas y urnas electorales; eso parece, pero no todo está dicho y
esto se acaba hasta que se acaba
Las malas experiencias con las alianzas
electorales no deberían desalentar a los partidos de oposición a buscar las
alianzas y formar coaliciones con los partidos que, si bien pueden ser
distantes ideológicamente, pueden encontrar coincidencias importantes en los
temas que más preocupan, pero estos convenios deben ir más allá de las
coaliciones electorales y deben formular metodologías o acuerdos para
garantizar que las coaliciones electorales ganadoras se vuelvan gobiernos de
coalición que tengan las suficientes restricciones y contrapesos que sirvan de
freno para evitar que se tomen decisiones o se impulsen leyes claramente
contrarias al espíritu doctrinario de los partidos de los que emanan estos
actores políticos.
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