UN GOBIERNO DE COALICIÓN PARA MÉXICO

Enrique Peña en su mensaje a la nación anunció hoy que habrá más leyes, más “apoyos”, más carreteras. En un discurso plagado de lugares comunes, dijo que hará algunos cambios para que todo siga igual, eso sí mencionó varias veces que había que tomar decisiones innovadoras, audaces  y hacer cosas que en México nunca se habían intentado.
Por otra parte, nada mencionó del Pacto por la seguridad que andaba promoviendo y que hace un par de días revivió en su discurso Osorio Chong, por lo que el tema parece que está fuera de la agenda. Y qué bueno, porque daba la impresión de que esa es la única solución que se les ocurre. Un pacto como el que se sugería, en las condiciones actuales, es sólo un documento de buenas intenciones…  y sólo hay que recordar  de qué está empedrado el camino al infierno.
El equipo de Peña muy tarde comprendió que no se trata sólo de gestionar la crisis o de negarla, hacer que no pasa nada y esperar hasta que el problema se extinga por sí mismo. Trataron de evadir la aceptación de la crisis de estado hasta el último momento, pero  la evidencia está en el discurso oficial y en la agenda misma de gobierno que pasó de las reformas estructurales a abordar temas inaplazables como el de seguridad, gobernabilidad, derechos humanos y procuración de justicia. Sin embargo las propuestas  para cambiar el rumbo y apagar el fuego no son suficientes.
 Albert Einstein dijo “si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo” y nuestra clase política hace siempre lo mismo: convoca a foros, se reúne en comisiones, propone reformas o nuevas leyes que nadie cumple; lo más novedoso de lo mismo de siempre es firmar pactos.
Todos los actores políticos están actuando como si no tuvieran responsabilidad alguna y se reparten culpas cuando son corresponsables por acción u omisión de la corrupción, impunidad y violencia que impera en el país. Así, tenemos diputados y senadores que pegan fotos, sacan carteles, dan indignados discursos en tribuna, como si no tuvieran ningún poder de decisión para sacar el país de este estado de gravedad, ni de proponer soluciones reales. Da escalofrió pensar que no pueden hacer algo, que son también víctimas de las circunstancias y meros testigos de lo que está ocurriendo.
Un pacto verdadero entre los actores políticos debería ser audaz, realmente novedoso. No subestimo la capacidad y el deseo de algunos de intentar fórmulas nuevas mismos que, sin darse cuenta,  ya han dado el primer paso. Esto quedó plasmado en la más reciente reforma político electoral en la que introdujeron en el marco legal la figura de gobierno de coalición. En al artículo 89 constitucional, que menciona las facultades y obligaciones del Presidente, se establece que el ejecutivo podrá:
"XVII. En cualquier momento, optar por un gobierno de coalición con uno o varios de los partidos políticos representados en el Congreso de la Unión. 
El gobierno de coalición se regulará por el convenio y el programa respectivos, los cuales deberán ser aprobados por mayoría de los miembros presentes de la Cámara de Senadores. El convenio establecerá las causas de la disolución del gobierno de coalición."
Aunque el artículo Décimo Segundo Transitorio del Decreto menciona que esta adición entrará en vigor a partir del 1º. de diciembre de 2018,  ¿por qué no intentarlo ahora?  ¿por qué no apostar a lo que pensamos imposible? Porque hoy nos parece imposible pensar que se pueda formar un gobierno de coalición dirigido por Peña Nieto y con un gabinete integrado por miembros del PRD, PAN, PT, PVEM y NA. No he mencionado a los tres partidos de reciente creación porque sólo entrarían en este supuesto los partidos que tienen representación ante el Congreso y evidentemente MORENA, el Partido Humanista y Encuentro Social no la poseen aún.
Un gobierno de coalición implicaría la obligación del gabinete multipartidista de formular agenda y acordar políticas públicas tendientes a superar nuestros rezagos históricos, formular propuestas de solución ante el escenario inmediato y claro, incluye también el compartir responsabilidades y decisiones sobre la dirección que tomaría el estado mexicano.

LOS ACUERDOS Y GOBIERNOS CONSOCIATIVOS.
A todos partidos les preocupan mucho las elecciones de 2015, más aún a la oposición. Si este es el caso, deben considerar que la alternancia política pacifica, es decir vía elecciones, está amenazada por la crisis actual. Tal vez deberían analizar con atención el trabajo académico de Robert Dahl sobre los gobiernos consociativos mismos que han resultado útiles para algunos países en determinados momentos, por ejemplo en Colombia y Venezuela, en donde “la transición airosa a la democracia luego de brutales periodos de guerra civil y dictadura se vio muy facilitada por los pactos establecidos entre los dirigentes partidistas que encarnaban ciertos elementos de consociativismo”.
Dahl advierte en su libro “La democracia y sus críticos” que los acuerdos consociativos no son capaces por sí mismos de crear o preservar la poliarquía, sino que deben existir condiciones favorables para su establecimiento; además las élites políticas deben estar convencidas de que esos acuerdos son convenientes, factibles y poseer la capacidad y los incentivos necesarios para ponerlos en marcha. Esta serie de condiciones no siempre se dan y por ello son pocos los países en los que se forman gobiernos consociativos, y algunos otros, sólo se establecen acuerdos que no se consolidaron como gobiernos de este tipo, que sin embargo han resultado útiles en países que muestran alta fragmentación y con ellos se impidió que las divisiones subculturales generaran conflictos potencialmente violentos o explosivos.
En este orden de ideas, Dahl cita a Lijphart y menciona que los gobiernos consociativos deben poseer las siguientes características:
1.       El gobierno está a cargo de una gran coalición formada por los dirigentes políticos de todos los sectores significativos de la sociedad plural.
2.       El poder de veto mutuo: las decisiones que afectan los intereses vitales de una subcultura no podrán adoptarse sin el acuerdo de sus dirigentes, constituye entonces un veto de una minoría y a la vez un rechazo a la norma de la mayoría.
3.      Las principales subculturas de un país tienen que estar representadas en el gabinete y en otros cuerpos decisorios en forma aproximadamente proporcional a la cantidad de sus miembros, esta proporcionalidad puede hacerse extensiva también a las designaciones de funcionarios públicos.
4.      Cada subcultura debe gozar de un alto grado de autonomía para tratar los asuntos que le competen exclusivamente. Este último principio “es el lógico corolario del principio de la gran coalición”.
Es poco factible la formación de un gobierno consociativo, ya que en México no están dadas las condiciones para ello, pero la clase política mexicana sí podría suscribir un acuerdo que posea algunas de estas características, tomando como base la reforma constitucional de este año que permite la formación de gobiernos de coalición. 
De tal manera que, aun cuando podrían incluirse líderes de sectores sociales, sería deseable mantener la fórmula seguida por los gobiernos de coalición, esto es privilegiando en la integración del gabinete la inclusión proporcional de miembros de los partidos políticos que tengan representación en el Congreso, designados o electos por sus instituto políticos para tal efecto.
Sólo es una idea, tal vez atrevida o absurda que puede ser criticada por su escaso rigor académico, pero es momento de proponer y discutir cosas quizá absurdas que nos lleven a dilucidar las respuestas o acciones correctas.

LA SOLUCIÓN NO ESTÁ EN MANOS DE UNA SOLA PERSONA.
No existe una solución única, tampoco está sólo en Peña, ni en un sólo partido o poder del estado sacar al país de esta crisis. El presidente puede proponer todos los pactos que su imaginación y asesores le sugieran, los partidos políticos pueden suscribirlos en magníficos y protocolarios eventos que serán cubiertos ampliamente por los medios de comunicación.
Sin embargo,  nada cambiará a no ser que en realidad tengan la intención de emprender cambios profundos, esto sólo puede surgir de la aceptación del estado de las cosas, de reconocerse y admitirse rebasados. Para ello tendrían que pensar como estadistas, con la firme convicción de que ellos tienen en sus manos la posibilidad de emprender acciones que saquen de este bache al país.
Las democracias latinoamericanas han sido audaces en momentos de crisis, no han tenido otro camino, la necesidad de restaurar la democracia en las condiciones más adversas ha motivado acuerdos de los partidos gobernantes con la oposición. Sólo en México la clase política le teme a los cambios profundos, pero ya no hay más, el camino no es vía más pactos, leyes o foros; acepten jugar su papel de hombres y mujeres de estado.

Mientras el gobierno de Peña Nieto, el Congreso de la Unión y los dirigentes de los partidos políticos no dimensionen en su justa magnitud la crisis del estado mexicano, las soluciones que proponen seguirán siendo sólo aspirinas para tratar nuestra grave pulmonía.

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